sábado, 7 de febrero de 2015

Lecciones de la vida



Cuando eres pequeño quieres hacerte mayor y cuando ya eres adulto, añoras esa ignorancia e ingenuidad que de tantas cosas te aislaba.
Empiezas a dar palos de ciego a medida que vas madurando pero es finalmente el vaivén de la propia vida el que te enseña las cosas más importantes... incluso a costa de tus propias desgracias.

Empezamos a tener miedos de todos tipo y a veces dejamos que nos secuestren, que no nos dejen vivir como quisiéramos.
El miedo al fracaso, al rechazo, a la burla o a la indiferencia son los más comunes pero cada uno de nosotros tiene sus propios miedos, como si un sastre los hubiera hecho a medida.

Pero aún así aprendes. 
Aprendes que es más importante un gesto cariñoso que cualquier cosa material que te puedan regalar, que es preferible saber la verdad a vivir engañado, que la soledad no está hecha para nosotros, que la indiferencia puede producir más daño que el propio odio y que a fin de cuentas, todos buscamos lo mismo: ser queridos.

El amor... menudo cabronazo. Hace que lo des todo por una persona, que te vacíes por dentro y entregues lo que eres, dejándote vulnerable y a merced de él o ella.
Esperas que la otra persona te valore de verdad y te quiera del mismo modo. Porque quieres ser amado pero ante todo, estar a su lado, apoyarle y ser la persona en quien más confíe... convertirte en su compañero/a en esta vida tan llena de baches. 
Ser un equipo.

Estar en manos de otro. ¿Acaso hay algo que dé más miedo que eso?